Pretendía sorprenderle en cuanto entrase por aquella puerta.
Nada cubría su cuerpo excepto una fina sábana que solo hacía resaltar aún más aquellas curvas. Fingía que dormía, le encantaba que el se sintiese culpable porque la hubiese despertado.
Pero esta vez resultó ser diferente. Pasaban horas, minutos y segundos, y el no aparecía.
Dormía plácidamente cuando unos besos en el cuello la despertaron, poco a poco. Dulces. Fogosos. No podía abrir los ojos, algo le impedía ver lo que ocurría a su alrededor. Aunque ya sabía lo que pasaría. Aún no lo que pasaba, o pasó. De mientras, solo sentía besos, caricias. Sentía como trazaba círculos con su lengua alrededor de su ombligo. Eran catorce vueltas exactamente, las contó. Inocente. Como le arañaba la clavícula.
Como sabía que le gustaba que le mordiesen el labio, desplazándose lentamente hasta su lóbulo, y recorriendo su cuello con los labios hasta llegar a la nuca donde succionó levemente. Inocente.
Por fin rozaron el uno con el otro sus labios, cuanto fuego en el ambiente. ¿Causas? Chispas. Truenos. Relámpagos. Tormenta.
Ella se quitó el pañuelo que cubrían sus ojos, era tan perfecto. Sus miradas conectaban como si fuesen solo uno, fuego que más tarde se volvería a convertir en hielo.
Dos formaron uno, mientras la habitación se vio rodeada de unas llamas que fueron difíciles de explicar para aquellos bomberos.
Volvió a despertarse. Sola. Él ya se había ido.
Y la habitación volvió a congelarse.
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