05 enero, 2017

47 ~ Heridas y sal

Creía que en algún lugar oscuro de mi mente se encontraba aquel botón, el que al pulsarlo hace que se apaguen las luces y se baje un telón. No importa cómo acaba el guión, es un paso tras otro sin llegar a ningún lado; sigo atrapada en aquel rincón.

Ya no son paseos de caricias, paseos que nacían desde los extremos de tus dedos. Ahora sigo con mis uñas las cicatrices que me dejaste tras enseñarme el camino que me llevó al mar. Rajo y marco los caminos para poder recordar.
No importaba la marea de aquel día, cada ola, cada golpe, solo era un motivo más. Me encaminé lentamente dentro del mar pensando que la Luna me haría inmortal, pero ilusa de mí solo sentí como mis pies cada vez pesaban más. Eran pesos los que me arrastraban hacia el final.
Entonces te vi junto a mí, tus brazos se convirtieron en cadenas y tu boca en candado. Y una vez toqué fondo, sabía que era el momento esperado, ya no iba a sentir nada nunca jamás.

Pero al diablo no se le puede engañar. Y entonces el dolor volvió a emerger, a resucitar. Tras haber sido sumergido bajo el mar de lágrimas, el dolor salió de nuevo a flote. Ni las cadenas más duras, ni la cerradura más fuerte; nada consiguió impedir que las heridas se alimentasen de la sal y volviesen a escocer.

Me encontraba buceando, intentando llegar a la superficie, aunque sinceramente no sabía muy bien lo que estaba buscando. Realmente me conformaba con un rayo de luz, de claridad, de verdad. Pero lo único que encontré era un golpe contra la realidad.
No había botón. No había telón, ni mar, ni sal, ni guión.

Solo fue el sueño de una niña con el corazón roto.

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